Una tarde de otoño, Bárbara se
encontraba escondida detrás de la sala en donde sus padres conversaban. Ella
había llegado justo en medio de la discusión, su madre lloraba a mares, y su
padre trataba de contenerla en sus brazos.
“Cáncer, Bárbara tiene cáncer”, repetía una y otra vez la madre
desconsolada. Bárbara, al igual que su padre, se encontraba paralizada tras la
puerta, por un momento su corazón se detuvo, al igual que su vida; ¿Qué sería
de ella ahora? Lentamente, se dirigió a
su habitación sin causar demasiado ruido,
se sentó en su cama, se puso a observar a su alrededor y su mente se colmó de
recuerdos y sentimientos encontrados. Bárbara era alta y delgada; de pelo
negro, largo y liso; de tez blanca; ojos de color miel y mirada profunda;
apenas tenía 17 años y sentía que aún no había hecho algo que realmente
quisiera hacer, que a lo único que se había dedicado toda su vida era a
satisfacer a todo el mundo.
Siempre había sido muy buena para
los deportes, pero hace algunas semanas atrás había comenzado a sentir
repentinos y fuertes dolores de cabeza, lo que la obligo a dejarlos e ir a
hacerse exámenes. Y bueno esos eran los resultados… Cáncer, no sabía a qué,
pero algo a la cabeza era seguro. Le dio una y mil vueltas al asunto, y decidió
marcharse, pensó que sería bueno para
todos, por una parte, aunque sus padres sufrirían por su ausencia, no tendrían
que ver su deterioro a medida que avanzaba su enfermedad; y por otra, se
dedicaría a viajar, a conocer y hacer todo mientras pudiese. No bajó a la cena,
argumentando tener un fuerte dolor de estómago, y se volvió a encerrar en su
pieza, para poder terminar de guardar las pocas cosas que llevaría en su gran
aventura, se despidió de algunos amigos por internet y le escribió una carta a
sus padres, pidiéndoles un tiempo para poder reflexionar y asegurándoles que
apenas se estableciera en algún lugar los llamaría. Al llegar la mañana, tomó
todas sus cosas y sin que nadie se diera cuenta salió de su casa.
Sin saber hacia dónde ir, comenzó
a caminar sin rumbo por varias cuadras, hasta que se acordó de la casa en la
playa de su abuela, en donde iba a vacacionar junto a su familia cuando era más
pequeña. Luego de unas horas de caminar, llegó a la casa de su abuela, y con la
excusa de ir a relajarse por unos días, pudo conseguir las tan preciadas llaves.
Por supuesto, no le mencionó acerca de su enfermedad, no quería preocuparla y
menos ponerla triste, así que trato de irse lo más antes posible de ahí, no
porque no quisiera estar con su abuela, sino porque detestaba mentirle, no
podía hacerlo. Luego de despedirse, se dirigió hacia la carretera con la
esperanza de que alguien la llevara hasta la playa, y así ocurrió, apenas
levantó su dedo haciendo señales, un hombre de unos 40 años que parecía ser
pescador, detuvo su camioneta y se ofreció a llevarla. Durante todo el camino,
Bárbara observo el paisaje, se sentía un poco incomoda ante la mirada de aquel
hombre, que no era de deseo, sino más
bien de pena o lastima. No sabía si era por el hecho de estar sola siendo tan
joven, o porque el cáncer era más notorio de lo que ella pensaba.
Al llegar a la playa, se despidió
del hombre, y quedó asombrada con el hermoso paisaje, no recordaba lo bello que
era, el sol acogedor, la brisa marina, la arena rozando sus dedos y el sonido
de las olas del mar. No le tomo tiempo acostumbrarse al lugar, su casa quedaba
justo a orillas del mar y cada tarde se sentaba en la escalera a observar el
atardecer. Conoció a un chico llamado Joaquín, tenía su misma edad; era alto;
moreno; de pelo castaño y largo; ojos negros y una sonrisa cautivadora. Poco a
poco se fueron dando las cosas, junto a él conoció el arte de amar, arte que
quizás nunca habría conocido si no se hubiese adentrado a su búsqueda por la
felicidad. Los días pasaban y su amor se hacía cada vez más grande, al igual
que los efectos del cáncer en el cuerpo de Bárbara, su delgadez y decadencia se
hacían más y más notorias y esto mantenía a Joaquín demasiado preocupado, pero
Bárbara sabía cómo persuadirlo y hacerlo olvidar completamente todo.
Una noche luego de estar juntos,
Bárbara tomo la mano de Joaquín, lo llevo hasta la playa y juntos se bañaron
desnudos en el mar, se besaron, rieron, abrazaron y en ese momento todo parecía
perfecto. Al salir del agua, se recostaron bajo la arena, que aún permanecía
tibia y ambos se observaban en silencio, admirados del efecto que provocaba en
sus cuerpos el brillo de la luna, que parecía brillar más que otras veces.
Cuando Joaquín se quedó completamente dormido, Bárbara lo besó en la frente, con
lágrimas en sus ojos se levantó y se dirigió
a la orilla del mar, jamás había sido tan feliz como en aquel momento, y quería
que todo se mantuviera así para siempre, pero ella sabía que aquella felicidad
seria efímera y que en algún momento se acabaría. Caminó lentamente sintiendo
cada partícula de arena entre sus dedos, observó el suave movimiento de las olas,
se entregó a ellas sumergiéndose y dejándose envolver por ellas.
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